Juntos.

La lluvia templada caía sin cesar, sin pausa y sin compasión. Él no se había dado cuenta, desde el interior del bar. Demasiadas mesas que limpiar, demasiadas personas a las que sonreír, sin sentir. Tantas noches sin dormir, pasándolas en aquel pub esnob. Tantas mañanas despertando en camas ajenas, camas frías, sábanas como mordazas. Tantas camas, y ni una sola era la de ella.
Ella, que se esfumó sin notas, ni mensajes, ni explicaciones, hacía demasiado tiempo ya. Él solo tenía aquel pub, que le mantenía despejado, pero a la vez, le abarrotaba la mente, con cuentas, copas, alguna sonrisa tímida, arrancada de los labios de la chica con flequillo que se sentaba con sus amigas; varias miradas provocadoras por parte de una rubia, lanzadas por encima del hombro de su alto novio. Y él devolvía las sonrisas, devolvía las miradas. Pero las suyas estaban vacías. Las había gastado todas en ella. Cuando estuvieron juntos, sus sonrisas se cristalizaron aquella vez que fueron a patinar en febrero. Sus ojos, ardieron la primera vez que se vieron, y su llama no se apagó, hasta que ella se hubo marchado. Ahora, a él se le secaban los labios más a menudo. Y sus ojos le picaban y le escocían por dentro, por las cenizas, aún candentes, que le invadían las pupilas.
Él sirvió otro ron-cola. Y luego otra cerveza fría. Sus manos se enfriaron y se humedecieron a causa de la jarra de cerveza, y aprovechó para pasárselas por el cuello ardiente. Él calor allí le era insoportable. Nunca lo había aguantado bien. Miró entonces a través del gran cristal que daba a la calle, y vio la lluvia. Envidió entonces a la chica con capucha negra que miraba a través del cristal el interior del sitio. Pero solo lo pensó tres segundos. Debía seguir con su trabajo. Cuando volvió a mirar a la calle, unos minutos después, la lluvia había cesado. Y la chica con capucha ya no estaba. Siguió llenando otra cerveza. Al alzar la mirada otra vez, se encontró de frente, muy cerca, el rostro de la chica de la capucha. Ahora podía ver su pelo corto y castaño. Y su sonrisa. Y sus ojos.
A él se le petrificaron los labios, incapaces de emitir sonido alguno. Y al mirarse en los ojos de ella, se le escapó una lágrima, que recorrió su mejilla, sin tropezarse, sin pausa, sin compasión. Pero las cenizas no eran culpables de las lágrimas aquella vez, sino que lo fueron las llamas, y el ardor.

«You said ‘you don’t have to speak, I can hear you, I can’t feel all the things you’ve ever felt before’ I said ‘it’s been a long time since someone looked at me that way. It’s like you knew me and all the things I couldn’t say’… Together, to be, together and be»

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